Fundado en 1846, en el auge posterior a la consumación de la Independencia de México y siendo aún tiempos revueltos, en aquel entonces el país enfrentó la invasión de Estados Unidos de America y posteriormente de Francia en 1847, en ese violento panorama nacional fue fundada la comunidad de Congregación Garza “El Charco” distante apenas de unos 40 kilómetros al sur de Reynosa.
Don José María Garza Adame y su esposa Martina Villarreal arribaron a esta inhóspita región que aun –pese a los años y olvido- conserva su orgullo de aquellos años pasados, en donde lo mismo galoparon jinetes aventureros ansiosos de conquistar la región, como militares escribiendo la historia.
Al “Charco” se llega por la Carretera a San Fernando, apenas unos 30 kilómetros de camino, se aprecia a un costado la brecha –hoy pavimentada- de 10 kilómetros que se adentra rumbo al poblado mágico.
El desarrollo moderno guía a los visitantes por un camino pavimentado, reflejo de la transformación, pero a la entrada de “El Charco” se acaba la carretera y los caminos polvorientos y empedrados saludan a quienes aquí vienen para caminar sus pocas calles silentes, que pese a su condición hablan de una época gloriosa que hoy en día abona muchas leyendas como la de Mariano Reséndez que se cuenta cayó aquí abatido por los constitucionalistas en la Revolución Mexicana.
De hecho, en el casco viejo del poblado, la calle Sendero Nacional se entrelaza con la calle Mariano Resendez que honra a uno de sus hijos pródigos.
Los caseríos hechos con arena de rio y piedra, así como cantera tallada a mano se mantienen desafiantes aun, resistiendo la inclemencia del clima, tiempo y el olvido.
El sol calienta en forma especial al caminar por las empolvadas calles, en donde nadie se aventura a salir en las escasas viviendas que rodean el paisaje que pareciera una postal estática de principios del siglo pasado.
Las viejas casas algunas-las más antiguas- han colapsado vencidas por el paso de los años, otras más han sido rescatadas, restauradas y contrastan con las ruinosas edificaciones que solamente exhiben vestigio de su grandeza.
Pareciera que el tiempo se encargó de ir moldeando un paisaje especial, entre lo rústico y conservador, la Iglesia se yergue orgullosa de su permanencia y con la alegría evidente por tener mejor suerte que las construcciones vecinas.
Mezquites, huizaches, criollos y nopaleras, así como el polvo añoso se entremezclan para dar un ambiente extremadamente rural, aquí el tiempo transcurre con lentitud y sin prisa, los caseríos están ahí dispuestos a develar sus secretos, esperando que el rescate venga a su encuentro y entonces continuar esa magia atrapada que está tan solo a minutos de la modernidad actual de Reynosa
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